Lo que hoy vive Perú es la expresión concreta de una lucha de clases en un país muy marcado por las desigualdades sociales y el odio racista, donde los indígenas, los pobres o desposeídos, son estigmatizados como hijos de nadie, como los “ninguneados” -en el decir de Galeano- muriendo la vida, jodidos, rejodidos, los “nadies” que cuestan menos que la bala que los mata. Es la verdad histórica de un país y de un pueblo acosado, maltratado y robado por una poderosa oligarquía con sus grandes grupos económicos y aliados de afuera.
Lo que ahora se manifiesta de esa lucha, en movimiento insurgente que persiste en las calles, comenzó el 28 de julio de 2021 cuando Pedro Castillo, maestro de origen campesino, juró como Presidente por el voto popular, pero al que nunca las élites empresariales y sus políticos dejaron gobernar sin hostigamiento. Fue un acoso continuado, de so- licitud de vacancia tras vacancia, de censura de ministros y cambios de gabinete en medio de expresiones descalificadoras y un presidente etiquetado “incapaz” o “corrupto” que termina acorralado y chantajeado por esa oligarquía; solo él contra la pared, una derecha actuante y una izquierda ausente; solo él en prisión y acusado de rebelión, un delito cuya tipicidad objetiva es alzarse en armas y su consumación es el acto de alzamiento armado, lo que no es posible con el pensamiento o un decreto. Lo demás es la excusa inexistente de la oligarquía, enquistada en el parlamento y dueña de los medios de comunicación, para justificar el derrocamiento de Castillo.
Pero ahí está el Perú profundo en las calles, más allá de una presidencia, en respuesta al poder político corrupto, dirigido por una clase social que odia a la población originaria y se siente dueña absoluta de ese poder. Pero, por más que la derecha recurra a su “terruqueo” para descalificar las protestas del pueblo, lo que está sucediendo no es “vandalismo” sino expresión de esa lucha clasista que envuelve a Perú, convulsionado en las ciudades, con sus movimientos sociales y organizaciones indígenas, campesinas, estudiantiles y sindicales que exigen la disolución del Congreso corrupto, una Constituyente y la libertad del Presidente. Aquellos que pensaron que todo terminaba con la prisión de Castillo, se equivocaron. Ahora el Perú profundo está insurgente, en las calles, con la suerte echada en una consigna inequívoca: ¡Cierren el Congreso!
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